Época:
Inicio: Año 1 A. C.
Fin: Año 1 D.C.

Antecedente:
LA CONQUISTA DE MEXICO



Comentario

El daño y fuego a las casas


Andaba por este tiempo don Fernando de Tezcuco por su tierra visitando y atrayendo a sus vasallos al servicio y amistad de Cortés, que para esto se quedó; y con su maña, o porque a los españoles les iba prósperamente, atrajo a casi toda la provincia de Culuacan, que señorea Tezcuco, y a seis o siete hermanos suyos, que más no pudo, aunque tenía más de ciento, según después se dirá; y a uno de ellos que llamaban Iztlixuchilh, mancebo esforzado y de unos veinticinco años, lo hizo capitán, y le envió al cerco con unos cincuenta mil combatientes muy bien preparados y armados. Cortés lo recibió alegremente, agradeciéndole su voluntad y obra. Tomó para su real treinta mil de ellos, y repartió los otros por las guarniciones. Mucho sintieron en México este socorro y favor que don Fernando enviaba a Cortés, porque se lo quitaba a ellos, y porque venían allí parientes y hermanos, y hasta padres de muchos que dentro de la ciudad estaban con Cuahutimoccín. Dos días después que Iztlixuchilh llegó vinieron los de Xochimilco y algunos serranos de la lengua que llaman otomitlh a darse a Cortés, rogando que les perdonase la tardanza, y ofreciendo gente y vituallas para el cerco. Él se alegró mucho de su venida y ofrecimiento, porque siendo aquéllos sus amigos, estaban seguros los del real de Culuacan. Trató muy bien a los embajadores y les dijo que dentro de tres días querían combatir la ciudad; por tanto, que todos viniesen para entonces con armas, y que en aquello conocería si eran sus amigos; y así, los despidió. Ellos prometieron venir y lo cumplieron. Envió tras esto tres bergantines a Sandoval y otros tres a Pedro de Albarado, para impedir que los de México se aprovechasen de la tierra, metiendo en las canoas agua, frutas, centli y otras vituallas por aquella parte, y para guardar las espaldas y socorrer a los españoles todas las veces que entrasen por la calzada a combatir la ciudad; pues él tenía muy bien conocido de cuánto provecho eran aquellos navíos estando cerca de los puentes. Los capitanes de ellos recorrían noche y día toda la costa y pueblos de la laguna por allí; hacían grandes asaltos, tomaban muchas barcas a los enemigos, cargadas de gente y mantenimiento, y no dejaban a ninguna entrar ni salir. El día que emplazó a los enemigos al combate oyó Cortés misa, informó a los capitanes de lo que habían de hacer, y salió de su real con veinte caballos, trescientos españoles y gran muchedumbre de amigos, y dos o tres piezas de artillería. Tropezó en seguida con los enemigos, que, como en tres o cuatro días atrás no habían tenido combates, habían abierto muy a su placer lo que los nuestros cegaron, y hecho mejores baluartes que antes, y estaban esperando con los alaridos acostumbrados. Mas cuando vieron bergantines por una y otra parte de la calzada, aflojaron la defensa. Comprendieron en seguida los nuestros el daño que hacían: saltan de los bergantines a tierra y ganan las trincheras y puentes; pasó entonces el ejército, y dio en pos de los enemigos, los cuales a poco trecho se guarecieron en otro puente. Mas pronto, aunque con mucho trabajo, se lo tomaron los nuestros, y les siguieron hasta otro; así, peleando de puente en puente, los echaron de la calzada y de la calle, y hasta de la plaza. Cortés anduvo con hasta diez mil indios, cegando con adobes, piedra y madera todos los caños de agua, y allanando los malos pasos; y hubo tanto quehacer, que se ocuparon en ello todos los diez mil indios hasta la hora de vísperas. Los españoles y amigos escaramuzaron todo este tiempo con los de la ciudad, de los cuales mataron muchos en las celadas que les pusieron. También anduvieron un rato por las calles, donde no tenían agua ni puentes, los de a caballo, alanceando ciudadanos, y de esta manera los tuvieron encerrados en las casas y templos. Era cosa notable lo que nuestros indios hacían y decían aquel día a los de la ciudad: unas veces los desafiaban, otras los convidaban a cenar, mostrándoles piernas y brazos, y otros pedazos de hombres, y decían: "Esta carne es de la vuestra, y esta noche la cenaremos y mañana la almorzaremos, y después vendremos por más; por eso no huyáis, que sois valientes, y más os vale morir peleando que de hambre"; y luego, tras esto, nombraban cada uno a su ciudad y prendían fuego a las casas. Mucho pesar tenían los mexicanos de verse así afligidos por los españoles; empero más sentían el verse ultrajados por sus vasallos y en oír a sus puertas: ¡Victoria, victoria! Tlaxcallan, Chalco, Tezcuco, Xochmilco y otros pueblos así; pues del comer carne no hacían caso, porque también ellos se comían a los que mataban. Cortés, viendo a los de México tan endurecidos y porfiados en defenderse o morir, coligió dos cosas: una, que habría poca o ninguna de las riquezas que en vida de Moctezuma vio y tuvo; otra, que le daban ocasión y le forzaban a destruirlos totalmente. Él sentía ambas cosas, pero más la última, y pensaba qué cosa haría para atemorizarlos y hacerles venir en conocimiento de su yerro y del mal que podían recibir; y por eso derribó muchas torres y quemó los ídolos; quemó asimismo las casas grandes en que la otra vez habitó, y la casa de las aves, que estaba cerca. No había español, mayormente de los que antes las vieron, que no sintiese pena de ver arder tan magníficos edificios; mas porque los ciudadanos lo sentían mucho, las dejaron quemar. Y nunca los mexicanos ni hombre alguno de aquella tierra pensó que fuerza humana, cuanto más la de aquellos pocos españoles, bastara para entrar en México a su pesar y prender fuego a lo principal de la ciudad. Entre tanto que ardía el fuego, recogió Cortés a su gente y se volvió para su real. Los enemigos hubiesen querido remediar aquella quema, mas no pudieron; y como vieron marcharse a los contrarios, les dieron grandísima carga y grita, y mataron a algunos que, de cargados con el despojo, iban rezagados. Los de a caballo, que podían correr muy bien por la calle y calzada, los detenían a lanzadas; y así, antes de que anocheciese estaban los nuestros en su fuerte y los enemigos en sus casas, los unos tristes y los otros cansados. Mucha fue la matanza de este día, pero más fue la quema que de casas se hizo; porque sin las ya dichas, quemaron otras muchas los bergantines por las calles donde entraron. También entraron por su parte los otros capitanes; mas como era solamente para divertir a los enemigos, no hay mucho que contar.